El 24 de agosto de 2015 guardé un archivo en el ordenador con el primer capítulo de una novela que ni siquiera sabía cómo iba a continuar. Lo escribí dejándome llevar por un impulso, después de visualizar la escena con nitidez meridiana en mi cabeza. Por aquel entonces hacía meses que había pausado una novela en la que llevaba años trabajando. Una novela de fantasía cuyos personajes estaban tan enquistados bajo mi piel que no darles una oportunidad para existir me parecía un sacrilegio. Pero a veces, hay que saber dejar ir. Y ese proyecto se había convertido en una…
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